¿A dónde vas Pulgarcito? Definitivamente, no había sido una buena idea. Lo parecía, es cierto. Resultaba sencillo llevar unos bollos de pan de los que ir dejando caer alguna miga con la que señalizar el camino de vuelta. Y además podía ir comiendo el resto del pan, que por cierto en esta tierra es muy bueno. Sí, una buena idea.
Lo cierto es que a los cuervos, a las urracas y a alguna salamandra también les pareció una idea excelente. Pocos días les había resultado tan sencillo ganarse el sustento.

Somos senderistas. En ocasiones vamos comentando cosas del camino o de nuestra vida. A veces nos quedamos extasiados contemplando lo que la naturaleza es capaz de crear cuando la dejamos en paz. Y en otras ocasiones dejamos vagar el pensamiento y nos acordamos de “los senderistas” de nuestra infancia, como el ingenioso Pulgarcito o el intrépido Simbad. Si algo tenían en común los personajes de los cuentos es que eran capaces de enfrentarse a un sinfín de situaciones terribles con una mentalidad muy positiva. Ogros, cíclopes, arenas movedizas, lobos, monstruos de todo tipo y condición. En eso no tienen nada que ver con nosotros, que nos dedicamos a pasear por unos parajes maravillosos.
Hoy caminamos en torno a la Ría de Muros Noia canturreando una canción de Serrat: “De vez en cuando la vida nos besa en la boca y a colores se despliega como un atlas…”. No solo el aire puro llena nuestros pulmones, también estamos henchidos de satisfacción por haber acertado en la elección del destino. En esta tierra la luz es pura magia.
5 concellos bordean la Ría ofreciéndonos miradores espectaculares. Si en lugar de a pie, fuésemos en bicicleta, diríamos que son un sinfín de “etapas volantes” pero que más bien merecerían la consideración de “gran premio de la montaña”. Un auténtico deleite para nosotros que ni competimos ni tenemos prisa.
El Enxa, A Muralla, el Culou, el Castelo, el Tremuzo, el Oroso, el Monte Louro.
El Monte Louro abre un debate que dura poco. Concluimos que la belleza está en los ojos del que mira. El Louro es bello en sí mismo, pero sobre todo es bello visto desde enfrente. Quieras o no quieras, en cualquier punto de la Ría te sorprenderás buscando su doble cumbre. No falla.
Los otros montes son extraordinarios balcones. El Enxa ofrece una hermosa perspectiva norte. El Tremuzo te la da al sur. A Muralla del sur, del norte, del este y del oeste. Como veis, no nos cuesta orientarnos, pero sí nos costará decidir el rumbo. Afortunadamente tenemos buenos amigos que nos echarán una mano. Galicia Senderismo, Trabandainas y Senda XXI colaborarán para ayudarnos a encontrar lo que estamos buscando. Con el nivel de dificultad que deseemos. Mirando al mar o al interior. Entre las obras del hombre o abriéndose paso en el cerrado reino de una naturaleza casi tropical. (@Gsenderismo @trabandainas @SENDAXXI)
Lo tenemos muy claro, Pulgarcito, si realmente quieres conocer un territorio, tiene que ser a pie. ¡Vamos allá, que no hace falta recurrir a las migas de pan!

Empezamos de sur a norte. No por nada. O quizá porque somos de los que empiezan el periódico por el revés. Sea cual sea el motivo, es una decisión que había que tomar, así que comenzamos por Porto do Son, cuya delgada línea nos va ofreciendo la compañía de playas y más playas. Dicen que es el concello con más arenales de Galicia, ¡casi nada! En uno de ellos hallamos el mágico Castro de Baroña, uno de los elementos más característico de Galicia y que recibe miles de visitantes al año. Y todos ellos, absolutamente todos, acaban valorando la sapiencia de nuestros antepasados a la hora de escoger donde situar su hogar. Nosotros no somos la excepción.
Lousame nos muestra las mil y una gamas del color verde. Seguimos el curso de sus ríos entre puentes, cascadas, monasterios y unas antiguas fábricas de papel abandonadas, que la naturaleza está empeñada en recuperar. Una lenta conquista que les otorga un aspecto de romántica decadencia capaz de provocar algún íntimo escalofrío. El lema de Lousame es “naturaleza minera”, lo que nos advierte que hay algo más, y allí vamos. Pasearemos por la senda minera que los antiguos trabajadores de San Finx recorrían día a día en plena fiebre del wolframio. La recreación del Museo de la Mina nos mostrará cómo eran las cosas por entonces y los brutales contrastes que el preciado metal provocaba.
Noia es una villa noble. La piedra manda. El sólido granito gallego mantiene inalterable su hermoso centro histórico. Pero caminando, caminando, dejamos atrás plazas y calles y llegamos hasta la Pesquería del Tambre, una explosión de vegetación decorada con edificios modernistas.
Parece un viaje en el tiempo. El río Tambre, se muestra casi como un lago y nosotros creemos estar en Baden-Baden. Se respira una paz infinita. Podríamos quedarnos aquí, pero nos limitamos a anotarlo en la agenda y seguimos adelante.
Cruzamos el río por un ligero puente colgante y ya estamos en Outes. Entre una tupida vegetación caminamos hacia el monte Castelo. Buscamos la mítica Pedra Serpal, un ejemplo que confirma que la naturaleza tiene alma de artista. Iniciamos el descenso hacia el mar paseando entre cabañas subidas a los árboles y ermitas con poderes sanadores. Llegamos a la desembocadura del
Tambre. Red Natura 2000, el estuario es una joya y Pontenafonso un brazalete bien engarzado. Os diremos una cosa, eso de “marco incomparable” lo inventaron aquí. Seguro. Junto al mar iniciamos una ruta muy especial: las de los carpinteros con los pies mojados. Decenas de aserraderos y carpinterías de ribera rodeaban la Ría dedicados a fabricar goletas y balandros. Hoy solo quedan restos, unos vestigios de decadente belleza que se reflejan en el mar.
Pensamos que el impresionable Stendhal lo iba a pasar muy mal en esta tierra. Posiblemente el síndrome se le cronificase, ¡y aún nos queda Muros!
Se diría que caminamos hacia el Monte Louro como si nos atrajese una fuerza irresistible. Allí terminará todo. O empezará. Depende de los deseos de caminante. Podemos rodear el monte, contemplar la soberbia playa de Areia Maior y la laguna de Xalfas. O podemos ascender al Oroso acompañando un inesperado vía crucis. A cada estación del mismo, la estampa del vecino Louro se muestra más impresionante. Un monte con dos cumbres ante el que es imposible mostrarse indiferente. Algunos escenarios tienen un magnetismo evidente ¡y este es capaz de hacer enloquecer a cualquier brújula! Al finalizar, descansamos en una de las numerosas terrazas de Muros y reflexionamos sobre todo lo que hemos visto.

Pensamos que hay muchas rutas y muchos senderos. Pulgarcito precisaría un buen cargamento de pan para marcar su vagar… o para alimentar alimañas burlonas. Además por aquí llegaban antiguos peregrinos a los que el mar había acercado lo más posible a Santiago. Por aquí siguen yendo… y volviendo, tras abrazar al santo para finalizar la ruta camino de Fisterra.
También tenemos un recuerdo para unos curiosos compañeros. Por todas partes cruceros y petos de ánimas se nos muestran como hitos del camino. Sencillas imágenes desgastadas por el tiempo o soberbias creaciones artísticas. Levantados por la fe, por el respeto, por el temor o el amor son ahora unos testigos mudos que ni señalan ni acompañan, pero que forman parte de nuestro camino.
Rutas para ir, rutas para volver y rutas para girar y sentir que el mundo gira. Rutas para comprender que todo debe cambiar para volver a ser lo mismo. Una y otra vez. En un permanente ir y venir. Como las olas de ese mar que todo lo impregna y que inunda nuestros sentidos desde cualquier punto de esta Ría, un territorio eterno al que solo le pedimos que no cambie nunca.
Baja el ritmo, Pulgarcito. No tenemos prisa por llegar al destino. Disfrutemos paso a paso. Parece que refresca. Subimos la cremallera y cantamos.
“De vez en cuando la vida toma conmigo café y está tan bonita que da gusto verla”.
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